La escasez del cempasúchil

Publicado originalmente en Crisopeya.

Era noviembre, pero escaseaba el cempasúchil. El brillo fosforescente que antes abundaba en los campos del pueblo había sido reemplazado por un pasto amarillento. Ahora, el  único lugar en donde se podían recolectar las flores era en el monte al lado del pueblo. 

La campesina subió al monte, su canasta colgada del brazo y sus manos sosteniendo firmemente el pasto. Ella era vieja: era un milagro que sus piernas no se hubieran desgastado hace varios años. Sin embargo, el tiempo dejaba su huella en ella; sus rodillas le causaban un profundo dolor con cada paso que daba, y todo su ser temblaba por el esfuerzo de subir el monte. 

No sabía por qué lo hacía. Podría mandar fácilmente a su hija, María, quien todavía era joven, ágil, y fuerte, en su lugar. Sabía que las pocas mujeres del pueblo, que formaban su clientela principal, la dejarían retirarse sin rencor. A pesar de eso, la campesina se rehusaba a retirarse, y subía con diligencia al monte todos los días. No le molestaba. Suponía que le gustaba la seguridad que sentía en la rutina, y en los recuerdos que le traía el cempasúchil. 

Decía los nombres de las muertas en voz baja. Marisa, Ana, Regina, Isabel, Antonia, Antonia, Antonia…

***

𑁋 ¡Antonia! exclamó con voz alta. 

Antonia volteó a ver a su hermana, la joven campesina, corriendo hacia ella. Su canasta era demasiado grande para ella, y colgaba de su brazo de forma ridícula pero adorable. Antonia sonrió.

𑁋Ven acá, le dijo, tirando su propia canasta al suelo. Tomó a su hermana menor en sus brazos y la abrazó fuertemente, dándole vueltas mientras lo hacía. La campesina reía. 

𑁋 Papá me dijo que te acompañara a recoger cempasúchil, dijo la joven campesina. 

𑁋 Está bien, contestó Antonia. 𑁋 Vente, y subiremos al monte juntas. Ándale, tómame de la mano.

La joven campesina obedeció a su hermana, y las dos comenzaron su ascenso. El monte brillaba con un naranja fosforescente que iluminaba al pueblo en las noches cuando las parejas salían a bailar y bebían hasta el amanecer. A la campesina le encantaban esas fiestas: los mariachis que salían a tocar, el mole y los tacos, el olor de las flores flotando en el aire. Eran tiempos mágicos que empezaba a extrañar, ya que las mujeres habían dejado de salir durante las noches. 

𑁋 Por aquí, exclamó de repente Antonia. 𑁋Ven a ver estas flores. Están enormes.

La campesina se acercó, sus piernas rozando varias flores de cempasúchil, hasta que llegó a una pequeña pradera. Ahí encontró las flores más grandes que había visto en su vida: resplandecían como diamantes y sus pétalos parecían estar hechos de seda. La campesina suspiró como enamorada. 

𑁋Están bonitas, ¿no? 𑁋 dijo Antonia con una sonrisa 𑁋. Vente, vamos a recolectarlas. Pásame tu canasta.

𑁋 No. Las recojo yo, 𑁋 dijo la campesina, y de inmediato se hincó a recolectar las flores. Ya estaba acostumbrada a cuidarse de las espinas y de cualquier insecto, por lo que recogía las flores con facilidad. Tomaba la base del cempasúchil con la mano y, con un movimiento fluido, arrancaba la cabeza de la flor y la ponía suavemente en su canasta. Poco a poco, la base de su canasta pasó de café a naranja.

Volteó a ver a su hermana. Antonia laboraba con diligencia, completamente absorta en su trabajo. Murmuraba algo mientras recogía dulcemente el cempasúchil, sus manos ligeras moviéndose con elegancia entre el pasto y la canasta. 

𑁋¿Qué haces?𑁋 preguntó la campesina. 

𑁋 Estoy diciendo los nombres de los muertos, Antonia contestó𑁋. Así recuerdas a quienes ya no están aquí, y les dedicas una flor.

𑁋 ¿Y por qué no se las dedicas a los vivos?

𑁋 Porque solo le das flores a alguien más cuando estás enamorado.

La campesina asintió y tomó una flor delicadamente. 

𑁋Ten, le dijo a Antonia, 𑁋 para que se la des a Rodrigo.

𑁋Rodrigo no es mi novio,𑁋 dijo Antonia rápidamente, enrojeciendo. 

𑁋Ah,𑁋 dijo la campesina𑁋. Pues entonces se la doy a Pepe.

𑁋¿Quién es Pepe?

𑁋Es mi novio,𑁋 contestó la campesina, y Antonia se rió. 

𑁋¿No estás un poco joven para tener un novio?

𑁋No.

𑁋Ay, bueno. ¿Y se van a casar?

𑁋Sí, y vamos a tener una hija y un perro.

𑁋¿Y cómo se van a llamar?

𑁋El perro Firulais. La niña no sé.

𑁋Se debería llamar María, 𑁋 contestó Antonia. Siempre me ha gustado ese nombre.

***

Después de mucho buscar, la campesina finalmente encontró una pradera con unas cuantas flores de cempasúchil. Sus pétalos tristes caían bajo el sol. La campesina se acercó y, bajando su canasta al suelo, se hincó.

𑁋Lucía, murmuró𑁋. María Sofía, Valentina, Alejandra, Mariana, Manuela, Antonia…

Arrancó una flor del suelo. Se preguntaba porque Antonia tenía que haber salido tan tarde esa noche. 

𑁋Guadalupe, Michelle, Aitana, Luna, Renata, Alexa…

Arrancó otra flor del suelo. Se preguntó si así de fácilmente le habían arrancado la vida a Antonia. 

𑁋Margarita, Josefina, Valeria, Elizabeth, Martha…

Arrancó otra flor. Era tan fácil, se sorprendía de lo fácil que era. 

𑁋Natalia, Ximena, Teresa, Rosario…

Arrancó otra flor. Le habían dicho que cuando la habían encontrado, parecía una florecita marchita, aplastada. 

𑁋Amelia… Itzel… Nayeli…

Arrancó una flor. Y lo fácil que le había sido a Rodrigo salir impune.

𑁋Yolanda… Rosa María… Laura…

Arrancó otra flor. Ni siquiera lo habían procesado penalmente.

𑁋Xóchitl… Sofía…

Ya no recordaba los demás nombres. Pausó, lágrimas cayendo de sus ojos. Lloraba por Antonia, por las olvidadas, por las que nunca habían sido encontradas. 

Lloraba, y sus lágrimas caían sobre los tallos decapitados. 

Después de un largo día la campesina bajó del monte. Tenía que pensar en lo que iba a cenar, y en los precios en los que iba a vender las flores a las mujeres del pueblo. No quería cobrarles demasiado, ya que sabía que no podían pagarle mucho. Pero necesitaba comer.

No tuvo mucho tiempo para pensarlo, porque al pie del monte, encontró a un grupo de mujeres esperándola. Tenían rosarios en las manos y lágrimas en los ojos. Una de las mujeres se acercó a la campesina y tomándola del hombro le dijo:

𑁋Lo siento mucho. Es tu hija… es María…

La canasta cayó al suelo. 

La campesina enmudeció. No había nada que decir. Derrotada, recogió su canasta y subió en silencio de regreso al monte a buscar más cempasúchil. 

No sabía si habría suficiente. 

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